“No conozco a la primera persona que le haya ido mal”. “Lo he hecho durante muchos años y me ha ido muy bien”. “Es súper fácil y no hay intermediarios bancarios”, entre otras, son algunas de las frases más comunes con las que te vas a encontrar cada vez que preguntas sobre las cadenas de dinero o fondos familiares.
A diferencia de otros mecanismos de financiación informal como préstamos ‘gota a gota’ o del esquema piramidal, las cadenas parecen tener mucha más acogida y mayor familiaridad. Por eso los testimonios de buenas experiencias y recomendaciones pueden ser comunes.
A eso se suma que esta es una modalidad de ahorro que normalmente se hace entre “personas de confianza”, por lo cual se omite por completo las situaciones que podrían jugar en nuestra contra.
Por todo lo anterior, pareciera que encontrar una experiencia desafortunada con una cadena de ahorro fuera como buscar una aguja en un pajar, pero no es así. Existen historias como las de Angie Acosta que lo comprueban.
Angie, de 29 años, tuvo una desafortunada experiencia con esta modalidad hace tres años y aún cuando pareciera que ya pasó un tiempo prudente, recordar lo sucedido le genera algo de jaqueca.
La mala pasada que vivió Angie fue por una situación ajena a ella y a sus compañeros de trabajo, quienes tenían ganas de ahorrar en cadena y consideraban que no había mejor forma de hacerlo que con las personas de la oficina. Al fin y al cabo pasaban mucho más tiempo con ellas que con su familia.
La confianza, no solo a sus compañeros sino a su estabilidad laboral, fue un motivo suficiente para unirse a la iniciativa. La idea era ahorrar $2.000.000 entre 20 personas, durante 10 meses. Por esta razón determinaron que los aportes mensuales serían de $200.000.
Todo iba muy bien, todas las personas estaban aportando su dinero mensual sin ningún problema. Incluso, quienes tenían asignados los primeros meses, pudieron recibir sus dos millones. En ese momento nadie contaba que algo malo podría pasar.
Sin embargo, Angie asegura que un día “hubo despido de personal, despidieron al menos 25 personas del equipo del trabajo con el que estábamos. Y desafortunadamente muchas de las personas que se quedaron sin trabajo estaban en la cadena, por no decirte la mayoría”.
“En ese momento que se rompió la cadena, las personas que fueron despedidas dijeron que se quedaban sin dinero para poder dar el aporte. Por lo que se tomó la decisión de que las personas que ya habían recibido el dinero lo devolvieran para poder ajustar las cuentas de todos”, agrega Angie.
Aunque esta solución parecía ser bastante lógica y fácil de aplicar, no fue así, pues quienes habían recibido su dinero ya lo habían gastado.
Esperanzada en recuperar algo de lo “ahorrado”, Angie asegura que insistir en la devolución de los aportes fue “todo un complique y al final se terminó perdiendo mucha plata”.
La incómoda y compleja situación no solo dejó caras largas por haber perdido dinero, también destruyó la confianza que se tenía todo un equipo de trabajo que no tenía entre sus planes un desenlace como estos.
Tres años después, Angie está segura que las cadenas no son la mejor alternativa para ahorrar, aunque al principio lo parezcan. Ahora está completamente convencida que no lo volvería hacer, porque “queda uno con desconfianza y con la zozobra de quién le va a responder a uno por el dinero”.
“Uno hace estas cosas tratando de ahorrar para comprar algo o pagar algo. Pero en el momento en el que supuestamente está ahorrando, resulta uno perdiendo lo poco con lo que espera contar”, reflexiona Angie sobre la incertidumbre que finalmente ronda por estas cadenas.
Tras la lección aprendida, cuando se trata de su dinero y especialmente de sus ahorros, Angie ahora prefiere dejarlos en manos de quien pueda asegurarlos y responder en caso de algún inconveniente. Ahora ella está en un nuevo trabajo. Y allí ahorra de forma más segura a través del fondo de empleados de su empresa.